JUSTO ALDÚ

A LA LUZ DE LA BAHÍA DE PANAMÁ

A LA LUZ DE LA BAHÍA DE PANAMÁ

 

Entró el poeta con silueta clara

y el aire se detuvo en las cortinas,

la camarera, tímida, lo encara,

y el alma se le escurre en las retinas.

 

Sus ojos lo siguieron por la sala,

como quien mira un verso que camina,

temblaba el corazón, ardía y cala,

la voz le titilaba, ella se inclina.

 

Pensó mil veces: ¿Cómo lo saludo?,

mientras servía vino y luna fina,

soñando que un poema, así, desnudo,

pudiera ser su nombre en la vitrina.

 

Yo leo lo que escribes -dijo al fin-,

y es raro que algo en mí tanto adivinas;

tus letras me deslumbran un confín,

me causan un temblor tras la neblina.

 

Él le sonrió con calma y con asombro,

como si el mundo se hiciera una esquina,

y en su mirada, incierta sobre el hombro,

tembló la noche azul de la marina.

 

Me halaga -dijo él- con tanta ternura,

no soy más que palabra que camina,

pero si un verso cura tu dulzura,

quizá merezca ser tu golondrina.

 

Quisiera -respondió- salir contigo,

oírte a la intemperie cristalina,

que el mar sea testigo y fiel amigo,

y el cielo nos ampare en la marina.

 

Y allí, entre platos, luces y silencios,

se abrió una flor de tiempo en la rutina:

dos almas conversando sin los precios,

poeta y camarera en una esquina.

 

El mar y las estrellas son testigos,

la brisa los bendice y los abriga,

sus voces se entrelazan como amigos,

la noche en su reflejo los obliga.

 

La luna contempla cómplice, sabia

tejiendo en luz su frágil melodía;

Panamá duerme, el tiempo se hace labia,

y el verso los desnuda al fin del día.

 

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Sucedió, señores, lo recuerdo,

se juraron amores sin cesar;

solo queda en las noches la memoria,

a la luz de la bahía de Panamá.

 

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