Rafael Blanco

Eterno amigo Mr. Gordon

Voz pausada.

Y el tiempo detenido en el azul de su mirada.

Le encontré un día entre libros y cuadernos.

Sus años le pesaban como testigos de su lento caminar.

                                     

Mr. Gordon.

Mi viejo profesor, mi gran amigo.

 

Maestro del extraño idioma.

De mi incipiente caminar por lo aún desconocido.

Me enseñó a escuchar el canto eterno de la lluvia que golpeaba los cristales en aquellas tardes de Manhattan encharcada.

Y del milagro repetido de una taza de café cuando aún humeaba.

 

Me permitió entrar en sus momentos de recuerdos íntimos reflexivos.

Me enseño de poetas y de libros.

De sus amores tardíos.

Y entre pausas me enseño también el rostro calmo de quien ha recorrido los caminos.

 

Compañero inseparable de días, ecos y memorias.

De tardes de añoranzas por Central Park y otoñales caminatas por Coney Island.

De recuerdos compartidos.

Café, bagel y salmón ahumado y los clásicos de béisbol con su vieja gorra desteñida insignia de nuestros Yankees añorados.

 

 

Pero todo llega…  Como llego aquel día.

 

Fue un verano en que el silencio sucumbió ante el eco de un grito que desgarra.

 

Mr. Gordon partió en silencio a un viaje al infinito que aún no termina.

Porque él…

Está ahí.

Presente en el recuerdo que lastima y que apabulla, pero que también permite disfrutarlo entre sonrisas, porque su abrazo era eterno, largo y cálido con promesas del nunca olvido.

 

Muchos años junto a mí y aun conmigo. como un lazo irrompible.

Que no sabe de extravíos.

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Rafael Blanco López