Roan Rojas

Chiquillo de cutis vacua

Chiquillo de cutis vacua

 

Cuando tocan a muerte en el bosque lejano,

mis dedos de velluda araña

transforman la luz en el visto bueno

y los hilos dorados musicalizan como arpa.

 

Chillan los aireados negros del bosque.

Los nenúfares susurran al amortiguar mi pupila,

voluta niña de pies ensangrentados,

gaita loca de recuerdos carnífices

que se presionan en el pecho como pata de elefante.

 

Mi madre posa sobre mi hombro derecho.

Al fondo,

crudo espectro de azuleja mantilla

me congela el izquierdo.

 

Quien permaneciera tras quebradas paredes,

diría que sus grietas acucarachadas

zumban un poema de caramelo gimoteado.

 

Las tardes en que desaparecía en vino de jolgorio,

un ramo de rocas y álamos

me acogieron en las nubosas corrientes

y me entregaron con obediencia a mi madre.

 

¡Oh, chiquillo de cutis vacua,

que siempre anheló la orgía sahumada

de finos bosques!

No eras para terminar muñeco

de madre rota,

madre creyente,

de que al menos tus afligidas cuencas

capaces siguen

de jugar en el bosque.