Reían, todos reían. Jadeantes, nosotros también reímos cuando caímos abrazados sobre el polvo y entre los pibes.
Habíamos pasado la raya que demarcaba el final de la contienda uno último, el otro penúltimo, pero igual nos reímos.
\"La Chueca\" se levantó con mucho esfuerzo, se sacudió la ropa y fue a abrazarse con los otros. Nos esperaban el \"Sapo\" Ramírez, el \"Sato\" (el único rubio), el \"Patita\" Ceballos, el Horacio y los demás.
Yo me quedé sentado en un arenal, pensando, al costado de la huella de los autos. No estaba cansado.
Esta vez me había tocado a mí disputarle el último puesto a \"La Chueca\". Corrí sin esforzarme, \"con el freno puesto\" como lo habíamos establecido. La competencia cubría unos 50, 60 metros desde lo de Fernández hasta la esquina de don Ponce.
\"La Chueca\" era una de las tantas víctimas de la importante epidemia de poliomielitis, que afectó a alrededor de 6500 personas (niños en su mayoría) en 1956. Tenía una pierna atrofiada, pero eso no le impedía divertirse igual que el resto de la barra. Cuando jugábamos al fútbol él era arquero, le gustaba mucho, se divertía. Era un lindo pibe \"La Chueca\". Y nosotros éramos sus amigos.
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