Hektor Bressot

euforiká.

 

 

En la plaza

recorrían, con el aire,

notas musicales de misterio.

 

Un ritmo folclórico

bailaba una alegre,

colmada de gracia,

en lo que parecía su felicidad.

 

A veces, en el arte,

se finge;

aquella no tenía miedo de su sonrisa.

 

Atónito a su espectáculo,

la dinámica era un retrato diario:

somos movimiento.

 

Las rosas en su vestir

mostraban a la flora como hogar.

 

La tarde caer,

dio paso a interrogante:

cómo alcanzar esa sencillez

sin ser ignorante del quebrar.

 

Ella rió y atinó

a la cascada más hermosa,

dónde sus piedras cortaban la marcha.

 

Entendí a la fémina:

sonrisa cristalizada,

delicada pero humana.

 

No sabía bailar;

dedicó sus energías 

a unos pasos más.

 

La franqueza del cuerpo,

absorto, siguió el instinto

y, atrevería a decir,

me uní a las ventiscas.

 

Contó la historia

de la rústica de Ruriká.

 

Compaginada al pueblo

que alababa su danza,

incité a expandir su mágica por el vasto.



Abracé su esencia;

una paz ondeó en mi materia.

 

Nuevos puntos

a nuestras marchas:

yo la que tenía,

ella la que le enseñé.

 

Su rítmica,

juramento a la divinidad,

llevada a lugares ajenos.

 

¡Sigan la cadencia del encanto!

 

Que se contagien con la Euforiká.