“Si un día mis pasos se detienen, hija mía,
no llores mi partida…
solo he ido a preparar el lugar
donde volverás a oír mi voz.”
Señor, si todo pierdo en esta vida,
si el pan, la paz y el sueño se me van,
déjame al menos verla bendecida,
reír, amar, vivir… como un volcán.
No quiero honores, tronos ni riquezas,
ni el oro que en la tierra hace gemir;
sólo imploro, postrado en mis flaquezas,
que mi hija nunca deje de sonreír.
Que si la muerte llega, inevitable,
y el polvo cubre al cuerpo y su existir,
no apague el alma, oh Dios inquebrantable,
ni el lazo que me une a su latir.
Que pueda, en la mañana prometida,
cuando resuene el canto del perdón,
hallar su voz, su rostro, su medida,
en la luz de tu santa redención.
Y si en mi tumba cae su pensamiento,
haz que en su pena florezca mi canción,
que sienta, entre su llanto y su tormento,
mi amor latiendo en su respiración.
No temo el fin, ni el fuego, ni el vacío,
ni el cielo gris, ni el mundo por venir;
mas si algún día olvida mi rocío,
que olvide todo… menos mi sentir.
Y cuando el tiempo apague mis latidos,
y el viento borre todo lo que fui,
hazme, Señor… murmullo entre sus ruidos,
brisa en su cuello… y sombra junto a ti.