Reyerta III
Entonces, intervino una muchacha,
amiga de la joven en pendencia
y habló, muy educada y con prudencia:
—¡señora, ya por Dios, está borracha!
No ve, que está ofendiendo en una hilacha
al hombre más humilde en deferencia.
¿Acaso lo que dice es delincuencia?
Pues no, —dijo—, ¿no ves la cucaracha?
Se oyó en ese momento la sirena
de toda una patrulla de oficiales,
gritando la muchacha, ¡enhorabuena!
Es hora de aclararlo por iguales,
que hablarle del amor a una morena,
no tiene maleficios anormales.
Samuel Dixon