El niño y la luz
Caminaba entre la brisa,
por un campo sin rumor,
cuando vio una luz divina
que brillaba con fervor.
“¿Eres tú, Dios de caminos,
o un lucero del amor?”...
Con sus manos extendidas,
dijo al cielo sin temor:
¡Luz bonita, no te vayas,
quédate a jugar aquí!
Si tú eres Dios, me acompañas,
cuando tengas que dormir.
Desde entonces en su alma,
vive un brillo celestial,
porque un día entre las ramas
vio a Dios mismo caminar.
ANTONIO CUERVO