Ha llegado el momento de observarme por dentro y bucear entre mis defectos.
No para castigarlos,
ni para convertirlos en eterna culpa,
sino para entenderlos.
Me miro como quien examina un escaparate,
con curiosidad, con cierto temor,
con la sensación de que en cualquier instante puede aparecer algo que no quiero ver.
Descubro que hablo demasiado cuando no debo y que callo cuando debería decirlo todo,
que vuelvo a lugares donde ya no me necesitan,
que confundo señales con esperanzas,
y esperanzas con excusas para no soltar.
También que tengo la extraña costumbre de entregarme entero, aunque nadie me lo pida.
Que todavía creo que querer mucho debería ser suficiente,
aunque la vida, a veces, me diga lo contrario.
Pero también noto algo distinto esta vez,
no huyo, no cierro los ojos.
Me quedo ahí, frente a mi oscuridad,
sin intentar justificar mis contradicciones,
como quien limpia una herida abierta,
con paciencia y con miedo.
En ese momento,
entre errores que no me definen, algo asoma,
un alivio tímido, casi invisible,
Un espacio mínimo entre lo que fui...
Y lo que empiezo a ser.