La Quietud del Umbral
La bruma del temor se posa en el fin que todos esperamos,
una sombra lejana que nubla la razón de nuestro caminar,
mas la existencia entera es una herida que nunca cicatriza,
un largo camino de espinas que marcó nuestra piel con su pesar,
y el viaje final es solo un suspiro de quietud en la penumbra.
Cada amanecer trae consigo el peso de nuevos sufrimientos,
la memoria de las pérdidas que llenaron de sal nuestros ojos,
el eco de las palabras duras que quebraron nuestra alma,
mientras el ocaso promete un breve descanso a las fatigas,
una tregua mínima antes de que la noche cubra el pensamiento.
La muerte no es más que un umbral silencioso y oscuro,
una puerta de salida hacia un lugar sin aflicciones ni quebrantos,
allí donde el ruido del mundo y sus angustias se apaciguan,
donde el corazón por fin descansa de su batir ansioso,
en un sueño profundo que no altera ningún amanecer.
Vivimos anclados al dolor, a la espera de un gozo esquivo,
tejiendo ilusiones que el destino se encarga de deshacer,
cargando sobre los hombros la carga de los días grises,
más pesado que la idea de un adiós definitivo y sereno,
que solo conoce la paz de lo acabado, la calma perpetua.
Es curioso que volvamos la mirada con espanto a ese reposo,
cuando la savia amarga de la vida envenena cada instante,
cuando cada respiro puede traer una nueva desventura,
y el miedo a lo desconocido nos ata a este yugo de congojas,
ciegos al alivio que podría hallarse en el último suspiro.
Tal vez el verdadero valor reside en aceptar el descanso,
en comprender que la jornada tiene un final necesario,
que tras el largo invierno de la carne y sus tribulaciones,
la nieve cubrirá todo rastro de nuestra huella dolorida,
y el silencio será la única respuesta a nuestras preguntas.
Por eso contemplo la llegada de la noche eterna con calma,
sabiendo que el dolor se aquieta en su mudo territorio,
que es un viaje hacia la ausencia de toda sensación y pena,
el fin de un largo libro donde las lágrimas mancharon las páginas,
y la tranquilidad por fin se extiende sobre el alma exhausta.
—Luis Barreda/LAB