Reyerta II
Al verme cabizbajo, dijo: —dudo
que seas lo que pienso y tenga mi hija;
pareces timorato o lagartija,
por tanto, no mereces ni un saludo.
Mi niña se merece, testarudo,
un hombre con mansiones donde elija,
un jeque de verdad, no un sabandija,
rastrero, socarrón y corajudo.
Su estirpe al verla abierta como fiera,
le dijo: —¡por favor, detente ya!
No es justo que le digas un cualquiera.
Tú, cállate, —gritó—, que aquí sabrá,
que debe respetar la primavera
y a nadie, ni soñando encontrará.
Samuel Dixon