Pasa que uno a veces
se encuentra la esperanza
como quien adopta un perro
o se aferra a un milagro
de los que creen los niños.
Uno la instala en casa
con todas sus manías
con sus instintos tercos
de olfatear la puerta
de querer siempre la calle
Uno le dice quédate
que aquí la casa es grande
(o al menos eso parece).
Pero ella,
no entiende de paredes
rasguña los cimientos
y de pronto la casa
deja de ser un refugio.
Y un día uno no sabe
si es ella la cansada
o es uno de cuidarla
quizá olvidamos cerrar
o fue ella que aprendió
a abrirnos la puerta.
Lo simple es que se marcha
y nos deja sin remedio
una casa vacía.
Y la única que regresa
tan puntual como siempre
a sentarse en la mesa
a dormir en la cama
es esa vieja costumbre,
esa vieja y obstinada
llamada melancolía.