Hallábame guisando en mi chabola,
cuando un predicador llamó a la puerta
con tales exigencias, que una incierta
dentera estremeció a mi cacerola.
Abrí, y sin presentarse con un \"hola\",
su tono de sermón me puso alerta:
¡Por Cristo que su prédica encubierta
de amor, en el temor se me hizo bola!
Pensé en cerrar, mas él, con voz doliente,
me restregaba el credo por la cara
y el caldo se me agrió, me vi impotente.
Rendime al fin, sin paz que lo acallara,
y le compré una biblia, fui obediente
¡con tal de que la sopa no se enfriara!