Reconozco que algunas noches,
cuando llego a casa,
me gustaría que todavía estuvieses ahí.
Pero la puerta se abre al silencio,
y no encuentro un faro que encienda su luz para rescatarme del naufragio del día.
Ya no duele como antes.
Ahora tu ausencia es una como una brisa suave,
una agradable costumbre que no interrumpe,
solo pasa, acaricia y se va.
Sin pedir permiso, sin dejar huella.
A veces encuentro tus gestos
en los reflejos del cristal,
en una canción que suena sin querer,
o en la forma en que la tarde se despide.
Pero ya no hay tormenta en tu nombre,
solo una marea tranquila,
que sube y baja en mi memoria.
Sin promesas, sin heridas, sin rencor...