Ya no era aquel adolescente que entonaba el himno rebelde, ni el del mechón al lado que cargaba una guitarra; hemos crecido y la vida nos trajo de golpe a la adultez.
Sueltas el pavor a la vejez cuando por poco no llegas ni al otro mes, valoras hasta el ruido y la molestia cuando el llanto y la despedida, te fueron de maestra.
Y madurar, se siente tan raro como el caminar por primera vez en un nuevo lugar, aunque sea tu propio hogar, hasta el sol pega diferente, es como darle la espalda a lo que antes, estaba al frente.