Luis Barreda Morán

Despedida Silenciosa

Despedida Silenciosa 

Cuando una mujer calla su voz profunda y sincera,
no pienses que ha encontrado la paz que anhelaba;
es el naufragio lento de una fe verdadera,
el momento en que su alma ya no te extrañaba,
cuando todas sus plegarias por fin se quebraban.

Primero fue la lluvia de su rostro mojado,
después la voz cansada que rogaba un cambio,
más tarde el fuego lento, casi ya apagado,
que intentaba buscar un mínimo resquicio
en la grieta profunda de tanto desengaño.

Mas el mutismo largo que ahora se despliega
no es la tranquilidad que imaginas o sueñas;
es la huella final, la que calla y entrega
el adiós que se armó con pequeñas señales,
el vacío que nace cuando el amor se aleja.

Esa calma que sientes no es triunfo ni reposo,
es el eco lejano de un barco que zarpaba;
es el último gesto, sereno y silencioso,
cuando el corazón dice que nada ya le aguarda
y la memoria borra lo que antes amaba.

Tú, que no comprendiste sus llamadas diarias,
celebrando la ausencia de su lucha constante,
no ves que en ese sosiego que creías tan grato
ella iba recorriendo un camino distante,
cerrando con suavidad las puertas de adelante.

Y cuando despiertes, buscando su presencia,
cuando quieras encontrar su mirada clara,
solo hallarás el frío de su indiferencia,
el retrato vacío de quien antes te amaba,
la sombra serena que jamás regresará.

Porque aquella que un día luchó con fortaleza,
que esperó en la tormenta, que aguantó la herida,
se volvió una estatua de fría templanza,
marchó sin una queja, llevando su vida,
dejando solo un rastro de su despedida.

Y no habrá ruegos nuevos, ni promesas que escuchen,
ni palabras que enciendan su interior ya apagado;
solo el silencio eterno que ahora todo cubre,
el jardín sin fragancia, el hogar abandonado…
pues su amor se ha dormido, y no despertará. 

—Luis Barreda/LAB