Ivette Urroz

Tríada Poética

Justamente, en su afirmación,

siempre que la ambivalencia del alma halla

cómo dibujar el intervalo preciso de su creación,

va entregando su desnudez, con su mortaja.

 

Ropajes llenos de soledad, colisionando,

de un crepúsculo fragmentado por la anarquía atómica.

En nuestro lúcido vacío, un mar rugoso vagabundea,

intuyendo los colores de un prisma de amaneceres,

donde llegan los rigores sin amores, por el trance

del abandono que fecunda, a su paso,

un viento germinado de fuego y de polvo.

 

¡Oh, mundo ignoto! —eléctrico de ideas—

frecuencia vibratoria desdoblada en sueños.

Transcurren las horas del perdón entre rayos

y relámpagos del tercer ojo,

contra el barro quimérico de la vida.

 

Gárgolas acechan el instante, en el insomnio

de la sangre, de la hierba, de un átomo índigo,

a veces incierto en el enigma roto de la eternidad.

 

Tejidos del universo

 

Mientras ahíta el sol del canto y de la osamenta amortajada,

una vehemencia que nunca concluye asciende

por lo más alto de mi desahogo,

en los días más sagrados de su propio cielo.

 

Bajo una lluvia rancia de sangre centellada,

serenan sus poderíos donde el presente es apenas

fantasía y creencia peliblanca; los ensueños,

de cristales y tormento en arcilla,

divinizan los navíos videntes y sus proyecciones corporales

en los tejidos del universo ondulado.

 

Después —tras el alba de carne lacerada—,

el alma se eclipsó, pero ya sin quebranto en las miradas.

Soñé: en los latidos de las vasijas eternas

nació la luz; el oro se deshizo en aspas de fuego,

y solamente apareció la nada, en la penumbra

de un océano de pensamientos índigos,

con celestes alas nuevas que brotaban

del manantial astral de las palabras.

Ivette Mendoza Fajardo