Te quemas porque hay fuego,
y la piel siendo tan delgada
crepita con su ardiente caricia.
Te quemas porque hay amor
y este inflama nuestras almas,
como un fósforo se vuelve luminoso.
Te quemas simplemente porque sí:
en el sol de Ícaro, caes, chispa entre estepas,
y de tu ser inmolado germinan seres rojos, lumbres del Génesis.