En la penumbra de un estudio antiguo,
un sabio anciano, de espíritu ambiguo.
Fausto, el erudito, de alma atormentada,
busca en el saber la verdad anhelada.
Pero el conocimiento no llena su vacío,
y la vida se desliza, en un tedio sombrío.
Entonces, en la noche, una sombra aparece,
Mefistófeles, el ángel que ofrece.
Un pacto sellado con tinta de sangre,
juventud y placer, un instante que abarque.
A cambio, su alma, al final del camino,
un precio funesto, un destino mezquino.
Se lanza a los placeres, con pasión desmedida,
olvidando el precio, la promesa incumplida.
Pero el vacío persiste, la culpa lo consume,
y el tiempo avanza, inexorable, en su brume.
En el lecho de muerte, la verdad se revela,
el alma vendida, la condena que cela.
Pero en un último instante, un rayo de gracia,
el amor redime, la esperanza renace.
Fausto, al final, encuentra la salvación,
en el perdón divino, la eterna lección.
Que el saber sin alma, es un pacto vacío,
y el amor, la llave del eterno estío.