Había llegado a casa por fin, después de haber salido del colegio y quedarme con mis amigos un rato. Son las tres de la tarde. Mamá no va a llegar como hasta las ocho; a esa hora sale de trabajar. Tiré la mochila en mi pieza y me cambié rápido, como hago todos los días. Me sentía más cansado de lo normal. Fui a mi pieza y me puse la ropa más crota y cómoda que estaba arriba de mi cama. Después fui a la cocina a prepararme una chocolatada fría y unos sánguches de fiambre. Me puse mi serie favorita en la tele y me quedé ahí como por una hora y media. Así suelen ser todas mis tardes, o a veces me voy a la casa de mi amigo Fran y me quedo con él hasta que se haga tarde. No tan tarde, así llego a limpiar y ordenar un poco la casa para cuando llegue mamá. Me gusta que seamos solo nosotros. Inventamos muchos planes para hacer juntos; siempre son mis favoritos. Cuando terminé de comer, limpié todo lo que ensucié y me puse a colgar algunas ropas y esas cosas. No me llevó mucho tiempo, así que me tiré en la cama a descansar un rato hasta que llegue mamá. Me acurruqué con Almendra, una gatita que me regaló mi vecina, hasta que me quedé dormido. Fue un trance directo a una experiencia rara. Empecé a sentir una armonía celestial de la cabeza hasta los pies. Creo que en ese momento ya estaba soñando; no pude diferenciar mucho. Fue como no tener sentidos. Veía fragmentos de color amarillo enfrente mío, que cambiaban de forma, como una silueta humana que se llevara el viento. Se desplazaba, pero no mucho. Emanaba una luz hermosa y me transmitía calma. Me podía ver: esa cosa sabía que yo estaba ahí. Sabía lo que era, no quién era. Era como si sus movimientos me investigaran, pero con amor y admiración. Detrás de ella había un espacio eterno, pero podía diferenciar dónde terminaba la profundidad de mi pieza. Era como estar en dos dimensiones a la vez. Entonces, a mi derecha aparecieron dos más, con distintos colores, pero esos casi ni se veían y no les presté tanta atención. Y yo sentía que mi mirada salía de algún sitio que conocía, pero era la parte que no conocía de la cual yo estaba viendo. No podía moverme, pero tampoco quería hacerlo. Y entonces, desde mi izquierda, como a 50 metros, comienza a sonar un mantra que me hacía descansar el alma… o así se sentía. Podía medir la distancia de dónde nacían los sonidos, las presencias y yo mismo. Aun que todo fuera solo espacio vacío. Un interminable vacío indiferente. Entonces comenzaba a sentirme mareado por el sonido y con una cantidad pesada de sueño, pero no negativa. Y luego sentía que desaparecía. Me integraba en esa eternidad de la que me miraban. Y dejaba de ser necesario pensar, para solo existir. Entonces dejé de existir y pude ver que nunca antes había existido.
Porque me dormí para entonces despertarme.