Franjablanca

La letra de una mirada

Nos pedimos otra ronda

aprovechando el ambiente

para ser buenos clientes

en nuestra mesa redonda.

Las reuniones de los viernes

no duran más de dos horas

ni se reparten demoras

entre los juegos de alternes.

 

Volvió del baño pintada

con carmín de frutos rojos,

se sentó como si nada

y procuró que sus ojos

no apuntaran mi mirada.

Reanudamos la partida

para jugarnos el bote;

yo, más centrado en su escote,

di la misma por perdida.

Salva se llevó el dinero,

ella apuraba otro sorbo

y se masticaba el morbo

entre su risa y mi quiero.

 

Como ninguno se iba,

tras le mesa la observaba

de cintura para arriba.

Cuando por fin se distrajo,

mi mente la desnudaba

de cintura para abajo.

 

¿Alguien ha traído el coche?

-preguntó a los otros nueve

que circundamos la mesa-;

nos ha pillado la noche

y parece ser que llueve

-añadió con voz traviesa-.

 

Yo voy solo, no me importa

acercarte hasta tu casa

-salté como quien soporta

la urgencia que le propasa-.

 

Y nos fuimos sin saber

que el azar nos deparaba

las lecciones que el placer

enseña de madrugada

cuando se aprende a leer

la letra de una mirada.