Comienzo aquí a compartirles una saga de 25 cuentos
que fui escribiendo desde que era pibe
hasta la jueventud (hace mucho :)
Aquí va el primero de ellos.
EL INVESTIGADOR DE LA MÁSCARA DE PLATA
En primer lugar, nos referiremos al aspecto físico del personaje: Tsoreto, se erguía semienclenque, sobre dos choricetes lipidosos, a los que podríamos llamar piernas (con un poco de imaginación); de la parte superior de su tronco se desprendían cuatro cosas, sí, además de los brazos ultramusculosos y de la cabeza (que describiremos posteriormente), brotaba de su pecho cierto colgajo de gomosa epidermis, semejante a un marsupio, bajo el cual se acumulaban con el transcurrir de los meses, millares de partículas negras (vulgarmente llamadas quesitos), que se pegoteaban por la acción de la transpiración, conformando una pastachuta fétida, o una costra si se secaban.
Este detective sufrió una terrible mutilación en su rostro, al ser secuestrado por un criminal que perseguía hacía muchos años. El malhechor lo sujetó fuertemente a una silla de clavos, asió un compás oxidado, lo introdujo con violencia en el ojo izquierdo de Tsoreto, lo movió en forma concéntrica, y luego le perforó las mejillas de lado a lado. Con la cara destrozada, logró capturar al delincuente y entregarlo a la justicia., ya que éste había caído desmayado luego de cometer semejante atrocidad.
Para disimular sus heridas, nuestro amigo decidió usar una máscara de plata, desafiando así a la imaginación de la gente, y convirtiéndose en un hombre misterioso.
Se hallaba un día comiendo en algún restaurante de la zona aledaña a su departamento, cuando atrajo la atención de unos comensales, que degustaban sendas raciones de tallarines con salsa blanca; con aire de gran sabiduría empezó a contar:
_Sabrán ustedes el origen de esos fideos ¿No es así?
_Es un invento italiano -respondió la mujer.
_No, no, los verdaderos creadores son los orientales -acotó el hombre.
_A decir verdad señores, los tallarines de la casa son especiales; habrán notado lo obeso que es aquel mozo, bueno, pues ese hombre deglute kilos y kilos de grasa todos los fines de semana y al llegar el lunes, entre cinco personas lo aprietan, de tal manera, que por sus poros brotan infinidad de amarillentos choricitos, que han vendido a ustedes con el nombre de fideos...
Al escuchar esto, los dos vomitaron bocanadas gargajosas de comida y jugo gástrico. Sobre el suelo estalló en mil gotitas el caudal de pútrido fluido.
_Pensar que ustedes acababan de saborear eso y lo tenían en sus estómagos -apreció Tsoreto indicando los charcos de vómito que yacían sobre las baldosas.
Esto bastó para que expectoraran nuevamente, aunque la sustancia parecía más densa y verdosa.
Al regresar del baño, luego de enjuagarse la boca y tratando de olvidar lo sucedido, los esposos tomaron asiento y encargaron una sopa caliente. Tsoreto, adquiriendo la función de mozo, les sirvió dos platos colmados de una... sopa medio extraña...
Un tercer vómito se produjo, cuando observaron bajo sus narices, no sopa, sino los tallarines semidigeridos que acababan de devolver.
Por fin, el molesto detective logró su meta: entre los pedazos de mucus salivoso que el hombre había despedido de sus fauces, se hallaba el microfilm que contenía los nombres de los criminales más peligrosos que había estado persiguiendo durante toda su vida.
Tras arrestar a los comensales bajo el cargo de complicidad delictiva, el investigador de la máscara de plata continuó haciendo justicia.