Se sentó con la espalda al sol,
sintiendo su abrazo cálido recorrerla.
Cerró los ojos para acentuar
el susurro del viento meciendo las hojas
del árbol frente a ella.
Giró la cabeza y, al abrir los ojos,
su piel se erizó al recibir cada rayo de sol
acariciándola suavemente.
El canto de los pájaros declaraba
la música de la libertad.
Y por un instante, todo era suyo:
el sol, el viento, el canto, la vida entera.