LOURDES TARRATS

La Promesa del Mestizaje Prosa inspirada en “La balada del caballero y la dama”, de ElidethAbreu

 

No toda historia de amor nace en la luz. Algunas se gestan en la sombra, donde el mundo aún no ha aprendido a mirar sin cadenas. Él, hijo de noble inglés, criado entre mármoles y decretos, llegó a la costa antillana con los ojos llenos de mundo, pero el alma aún por despertar. Ella, esclava silenciosa, de cabello liso y negro, llevaba en la piel morena el fulgor de los secretos que ni el látigo ni el silencio pudieron borrar.

Cuando sus miradas se cruzaron, no fue el deseo lo que habló primero, sino el reconocimiento. Él vio en ella la libertad que su linaje nunca le enseñó. Ella vio en él la posibilidad de ser nombrada sin dolor. Y así, en un rincón del mundo donde el amor era delito, nació una promesa que desafiaría imperios.

—Por ti abandono mis tierras, mi casa, mi padre viejo —dijo él, no como quien huye, sino como quien elige.
Ella no respondió con palabras, sino con universo: le dio su mundo, su tambor, su raíz.
Juntos partieron hacia Jamaica, dejando atrás decretos y sombras. Allí, entre palmas y cantos, se nombraron sin miedo: él la llamó mi señora, ella le dijo mi sueño.

Pero el amor no basta para detener la marcha del mundo. El oro llamó desde Colón, y con él, la fiebre de los rieles y los sudores. Era el tiempo en que el sol era de acero y el tren prometía horizontes.
Él trabajó en las vías, ella lavaba pañuelos. El sudor fue su corona, la esperanza su sustento. No hubo lujo, pero sí dignidad. No hubo títulos, pero sí legado.

De su unión nacieron hijos con la piel como misterio:
ni blancos ni negros, sino del Caribe entero.
Hijos que no mendigaban existencia,
porque su sola presencia era ya una victoria.

Pero el Imperio no olvida. Un sello llegó, un mandato regio: el caballero debía servir bajo el estandarte.
Se marchó sin despedirse, dejando cartas y besos, dejando su nombre en la brisa y su historia en los ojos nuestros.
Ella no lloró ante el decreto. Lavó pañuelos como quien lava el dolor y sembró en sus hijos la memoria de un amor que no se arrodilla.
No esperó su regreso, porque entendió que algunos amores no vuelven en cuerpo, sino en espíritu. Que hay caballeros que no regresan, pero navegan eternamente en la sangre de sus descendientes.

Hoy, el nieto habla. No desde el lamento, sino desde la herencia.
Lleva en la voz un océano, en el apellido una rebelión, y en el corazón una promesa:
que el mestizaje no es error, sino milagro.
Que la historia no se escribe en decretos, sino en abrazos que desafían el tiempo.

Él es del trópico y del viento, de Martinica y Jamaica, de Colón, donde el mestizo fundó su casa y su raza.
No sabe si el caballero fue recompensado por el rey, pero sabe que en su sangre la libertad se recuerda.
Y que el tambor aún canta, como testigo de un amor que cruzó mares, abolió fronteras, y fundó una patria sin consentimiento ajeno.

L.T.

 

10/31/2025