Entre tantas páginas de aquel libro,
quedó marcada con un bolígrafo amarillo
una oración que me gusta recordar casi todo el tiempo:
Algunas se aferran a ti
como una canción pegadiza
de la que no recuerdas la melodía,
pero sí las sensaciones que deja.
No diría que existan palabras
tan difíciles de describir
como los pensamientos que rondan la mente,
esos que se escapan cuando intentas darles forma.
Aun así, valoramos lo que fueron:
abrazamos sus fríos, sus otoños,
sus cálidas esperanzas.
Soltamos cuando es debido…
o cuando el tiempo decide hacerlo por nosotros.
Y quizás, en alguna calle del futuro,
en esa estación de la vida,
nos volvamos a encontrar
con quien menos esperamos.
Sentiremos dolor, enojo o alegría;
porque el odio, a veces,
se queda habitando en el pecho,
culpándonos por no haber dicho nada,
por creer que todo fue culpa nuestra.
Pero no lo es.
El daño que otros dejan en ti
no te define.
No mereces más dolor que felicidad.
Mereces todo lo que el mundo pueda darte,
si lo buscas con esfuerzo,
si tu deseo es genuino.
Porque lo verdadero llega,
como llega el tren
a la estación que sabe esperarlo.