I_KENNETH

LA LIBERTAD (Parte III)

VII. El día que dejé de esperarte

 

No fue un día exacto,

no hubo un “hasta aquí”.

Fue más bien un cansancio dulce,

como cuando apagas la luz y entiendes que ya es hora de dormir.

 

Dejé de esperarte el día que noté

que podía pasar una mañana sin revisar si habías escrito.

Que podía escuchar una canción sin pensar en ti,

que la comida tenía sabor otra vez.

 

Ese día entendí que sanar no es olvidar,

es recordar sin sangrar.

Que tu ausencia ya no pesaba,

solo flotaba alrededor, como un aroma viejo que se va disipando.

 

Ese día no gané nada,

solo recuperé algo:

a mí mismo.

 

 

VIII. Reaprendiendo a amar

 

He aprendido que el amor no debe doler,

que si duele, no es raíz: es espina.

 

He aprendido a decir no quiero,

sin miedo a que me dejen.

A decir basta,

aunque me tiemble la voz.

 

Ahora amo distinto.

Sin prometer eternidades,

sin perderme en los otros,

sin hacer de mi entrega una forma de castigo.

 

Amo lento,

con pausa,

con la piel limpia de culpas.

 

Ya no busco un hogar en nadie.

Soy mi propio refugio.

 

 

IX. Después del incendio

 

Quedaron cenizas, sí,

pero también espacio.

Y el espacio es lo único donde algo nuevo puede crecer.

 

Ahora camino sin miedo a estar solo.

Porque descubrí que la soledad no mata,

solo te muestra quién eres cuando nadie te sostiene.

 

Ya no le temo al silencio,

porque en él escuché mi voz por primera vez.

 

Y entendí algo:

que la paz no llega cuando alguien vuelve,

sino cuando dejas de esperarlo.

 

Así que aquí estoy,

sin rencor, sin cadenas,

mirando el horizonte con la misma fe

con la que antes te miraba a ti.

 

Y por primera vez,

no quiero que nadie vuelva.

Quiero quedarme.

Conmigo.