Se cruzan en la calle dos herencias
del paso que al progreso aún resiste:
el uno silva un aire que persiste,
el otro alza la voz sin estridencias.
Mezclándose en la plaza dos sentencias
de tiempos en que el trato no era triste,
un eco va, otro vuelve, y a ambos viste
la luz gastada en viejas contingencias.
Hasta ellos llega un joven malherido
de amor, y les suplica, arrodillado:
-¡Mi amada no me quiere, me es esquiva,
y me urge que me afilen el olvido,
pero antes necesito un tapizado
para este corazón en carne viva!
Los artesanos firman el contrato
y el joven les da curro para rato.