Hoy encontré una palabra
sobre la yerba de un prado,
que de tanto y tanto usarla
se encontraba en mal estado.
No tenía brillantez.
Su lozanía y su encanto,
de tanto manosearlas
estaban como un guiñapo.
Y recogí entre mis dedos
aquel don tan mal tratado.
¿Cómo te llamas? -le dije-.
-Amor, fue mi nombre antaño.
Y un suspiro resbalaba
de entre sus labios mojados
con un agreste perfume
A suelo recién regado.
Yo quedé sin mente propia.
Ya sin voz, y en tono bajo,
murmuré tan solo, “amor,”
y se llenaron los campos.