Llegó el día, la hora,
el minuto, el segundo,
llegó, el muy esperado
momento de irse, salir,
de cuatro paredes blan
cas, acostumbradas, re
petitivas, desconchadas.
Llegó —no me lo creo—,
y hasta tal punto llegó
que al segundo, minuto,
hora, día, año, siglo, que
le tocó en suerte no se lo
creía, no daba razón, cré
dito a que estuviera pasan
do, crónica, periódico, no
ticia, diario, plana, tinta,
papel, imprenta, voz.
Llegó, hasta el punto de
no cogerme preparado, tan
to fue mi espera, tan apasio
nada, tan vigorosa, que me
cogió desprevenido, porque
—pensé— fue tan deseada
que me pilló de sopetón, en
pleno hacer el amor con mi
niña, y tanto se me fue la rea
lidad que me choqué contra
eso, tan esperado, como si de
un bólido se tratara, y me dejó
cao, tanto que mi niña, ajena,
irresponsable como es lógico,
recibió el rebote del impacto
y se le hizo un rasguño, a la al
tura del pezón —le escocía—.
Llegó, y no estuve preparado,
tuve a la carrera que arreglar
me, ducharme a la velocidad
de un obús, mal afeitarme, pei
narme y salir escaleras abajo
como alma que roba una bruja
—recorto las palabras por nin
guna razón estética, solo por per
sistir en un determinado grosor
de columna—.
Pues eso, que llegó el día, y, he
de confesarlo, me cogió en bragas,
o sin ellas, para ser más exacto.