Cuando pensé ser el rey en mi mundo, ser el amo del caos y el desastre de las vías donde reina la belleza y la locura, donde vivo tan acostumbrado a mi dolor, a ser yo.
Y entonces llegaste, un agujero de guion; cambiaste mi historia y te metiste en mi infierno, reinando a mi lado sin miedo. Abrazaste a mis demonios y les pusiste tu nombre.
Parece que estaba destinado a vivir solo y volverme loco en mi mente, en mi caos, en lo más oscuro de mi averno, donde mis sufrimientos son mis grandes calvarios.
Con tu perfume de rosas marchitas que encajaron con mi esencia de un pobre diablo narcisista. Mis demonios y tu suciedad hicieron que este infierno no solo fuera caos, sino algo más. A cada demonio, a cada pensamiento, le diste su cada cual; es como si cada segundo de cada monstruo con tu nombre lo fuiste a bautizar.
Ya no solo era un infierno donde el caos todo fue a dominar, sino un infierno con sensación de algo más. Me aprendiste a dominar lo malo y lo mejor: mi infierno ahora es como un paraíso maligno desde que tú estás.
Basta de decir tus locuras, tus decadencias y esas cosas, que para mí tu alma y la mía son un par, un par de almas dañadas por la vida y las hazañas para poder sobrevivir y siempre luchar.
Es como si nuestros infiernos se fueran a juntar; tus daños y mis traumas son como la playa y su mar. Es perfecto, como si mis sombras y tus vibras completaran lo que le hacía falta a mi infierno para que este rey lo pudiera controlar.
Y juntos somos unas sombras tal para cual: tú con esos misterios de tu vida y yo con cosas de las que es difícil la salida. Eso malo es como si dos villanos con pasados parecidos y errores cometidos se gustaran, y no para ser los buenos de un cuento, sino para ser ese par de héroes caídos.
Y ahora que estás en mi infierno, bienvenida.
Dame tu mano, vamos a reinar donde viven los no vivos.