La vida es un bar de antaño,
con luces tenues pintando falsas mañanas,
y yo, un bohemio con el alma tatuada,
buscando en cada brindis una nueva esperanza.
Dejé amores marchitos en el camino,
en pueblos olvidados sin una señal,
y colecciono recuerdos y desengaños,
como un viajero que perdió su ideal.
Cada camino es una ruleta,
una apuesta al destino con cartas ocultas,
a veces hallas un oasis de quimeras,
otras, te hundes en un abismo de dudas.
Pero qué le vamos a hacer, compañero,
si el alma llama y el tequila tienta,
hay que seguir andando, aunque duela,
con la mirada al frente y el corazón en venta.
Porque al final, lo que importa,
no es llegar al destino, sino el trayecto,
los sueños, los errores, los vasos rotos,
y esa maldita costumbre de seguir siendo auténtico.
Así que, por favor, cantinero, sírvame otro dobel,
que esta noche la luna está esquiva,
y aunque el camino sea un laberinto oscuro,
yo sigo andando, a mi manera, sin medida.