Y una mañana
me desvanecí en tu cintura,
lento, suave,
con la cadencia eterna
de las hojas luminosas
al caer en un otoño
iluminado.
De pronto,
lejanos en nuestras almas;
frente a la pulsera de la confusión
entendimos:
somos otoño,
deshojado,
y florecimos.
La naturaleza del placer
es la vereda al caos:
despierta y agradece,
pues querer lo que hicimos
—como el otoño—
no es final:
es principio terrenal
de los que aman.
Gira suave, lento,
redondo como la pompa de jabón,
con miradas de fuego frío,
disparos de calma.
No se detiene,
no me detengo,
en tu cintura
de pasado presente.