Tienes la misma sonrisa
del hombre de mis sueños,
esa mirada tranquila
que sabe calmar mis días de tormenta.
El alma noble de un príncipe
y el carácter sereno de un guerrero.
En los matices de tu rostro
encontré el cielo aquel día
en que nuestras almas se cruzaron.
No fuiste uno más
en el libro de mi vida;
fuiste ese capítulo inolvidable
al que regreso
cuando mi norte se pierde.
En los días en que el corazón
busca un exilio de lo cotidiano,
la memoria regresa a ese lugar
que fue tan mío:
tus brazos, tu sonrisa, tu mirada,
el tacto de tus manos,
la dulzura de tu voz.
Cuando llega la noche,
mis pensamientos se pierden;
te imagino dormido a mi lado,
y yo, despierta en la madrugada,
besando tu frente,
acariciando tu pelo.
Un sentimiento bonito me envuelve,
junto a la necesidad
de alguna vez volver a coincidir
con ese lugar donde fui feliz.
Sigues siendo tú, aun sin saberlo,
la certeza de lo sagrado,
el antes y el después
que busco en cada ser
que a mi vida llega.
Serás la comparación inevitable,
la medida del amor verdadero,
el recuerdo que me enseñó
que hay almas
que llegan solo una vez…
pero se quedan para siempre.