La poética del abismo lúcido
Wcelogan
No escribo para entender el mundo;
escribo para que el mundo me devuelva,
deformado, su propio delirio.
La poesía no cura:
abre la herida a la luz.
No consuela.
Despierta.
Creo en el verso que duda,
en la palabra que se arrepiente
de existir
y deja su puñalada en la página.
He aprendido que el alma también suda;
que el cuerpo tiene fe;
que el silencio es el único idioma
que no miente.
Vengo del barro cotidiano,
de la ironía con olor a sangre coagulada,
de la ternura que no presume.
Donde otros escriben para salvarse,
yo escribo para recordar
que toda salvación exige conciencia.
El poeta no es un iluminado:
es un médium cansado
que traduce la mugre del espíritu
en un ritmo que aún respira.
Mi oficio: mirar la fisura
y llamarla por su nombre;
dar belleza al morbo
sin absolverlo.
No me interesan las verdades perfectas,
solo las que sacudan.
No busco estilo:
busco temperatura.
Si el poema no arde, no sirve.
Si no deja sombra, no ha vivido.
Soy ese tipo:
el que escribe desde la incertidumbre y el deseo,
el que mezcla lo sagrado con lo irónico,
el que se ríe mientras cae al precipicio.
Y cuando no quede palabra viva,
seguiré hurgando entre los restos del idioma,
oliendo su podredumbre,
hasta encontrar una chispa
que aún respire.