PAÍS DE ESPEJOS ROTOS
En la cima del cerro alguien grita justicia,
pero el eco baja cansado,
con los bolsillos vacíos y la voz gastada.
La patria es un reloj detenido
en manos que aún creen que late;
una madre con hambre
que amamanta con promesas.
Hay ministerios que duermen sobre oro,
mientras las calles mastican barro,
y los niños aprenden primero a resistir
antes que a leer.
Los uniformes brillan, pero no por honra:
es el reflejo del miedo en los ojos del pueblo.
Las leyes se doblan como varas verdes
ante el fuego del poder.
Sin embargo, en cada esquina florece algo:
una canción, un abrazo, un mercado lleno de vida.
El pueblo no se rinde,
solo se acomoda la herida y sigue caminando.
Dicen que somos libres,
pero cargamos cadenas invisibles
hechas de papeleo y silencio.
Aun así, hay fuego en la garganta,
y cuando el pueblo habla, tiembla la ciudad:
porque ningún palacio resiste
el temblor de una verdad cansada de esperar.
© Corazón Bardo