No he querido dejarte partir.
El peor pecado del ser es escapar
y el más grande delito,
martirizarse.
Y no quise blasfemar contra Dios
ni deberle nada al hombre.
He desatado el nudo que inundaba mi garganta
desde hace muchos años
para sentirme libre;
así me he dado cuenta
que mi libertad no depende de quién me ate,
sino de quien corte esas cadenas
que me asfixian.
Me hiciste el amor
de la manera más bonita que conozco,
amándome,
y dejaste que sangrara por la boca
para soplar mis rencores
y hacer que estos no vuelvan más
a tenerme cautiva.
Me mostraste que aunque amar destroce
también reconstruye
desde tus versos hasta tus puntos suspensivos
y revelaste ante mí, que si el odio es sincero,
el amor le queda grande.
Dejar que tú te vayas es como condenarme
a un perpetuo ostracismo.
Cuando me vi a tu lado, me perdí estando a solas
y no deseo reencontrarme
porque ante ti soy aire
y frente a mí soy eco
que cuelga de una soga rota.