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Tiene un sabor a vino eternizado
la sangre del Señor en nuestra vida,
y la vid más preciosa fue su herida
donde empezó a morir nuestro pecado.
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Será un día el varón arrebatado,
marchará sin aviso y despedida
hacia un aire de nube prometida
donde verá la faz del Dios amado.
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Qué hermosura el caballo victorioso
con piel de sol que monte el Redentor.
Aceptará a su Juez la humanidad.
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¿Quién conoce tal tiempo prodigioso
cuando en celeste alud revelador
establezca el Señor su autoridad?