He visto rostros que giran
como hojas exiliadas al otoño,
y otros que reposan, inmóviles,
bajo la lluvia,
como piedra que ha olvidado su nombre.
Sonrisas cerradas —
faroles en plena niebla.
Lágrimas sin cauce,
ríos subterráneos
que laten en el silencio.
Algunos rostros son espejo;
otros, muro de sombra.
Hay belleza que se pliega
como el sol tras un velo ciego,
y heridas que brillan
como lunas astilladas.
Pero el rostro del alma…
ese no se pinta.
No se disfraza.
Surge en el silencio
del anciano que ya ha visto todo,
y en la mirada inocente del niño
antes de que el mundo le enseñe a fingir.
He contemplado el rostro del amor:
desnudo, expuesto,
bajo la lluvia torrencial,
tan distinto al del miedo,
que nunca se deja mojar.
Y el de la codicia,
con ojos que devoran
como niebla que avanza
devorando la luz
sin saber que existe.
El rostro de la mentira
asume múltiples formas con cada palabra.
el de la verdad,
permanece —
inmóvil, abrasador.
El rostro es palimpsesto,
la huella del alma
escrita sin voz.
Cada rostro encierra un universo,
y en su centro,
una herida que aún pregunta
quién la hizo.
\"Solo en el rostro del otro descubrí el mapa de mí misma.\"
—L.T.
10-27- 2026