Una voz

Todo lo que existe es dios, otro absurdo del ateismo.

Hay una insistencia —del ateo ignorante—
que mama en la teta de serpientes;
llama «dios» a la pradera, al desierto, a un eructo,
como si esas cosas se hubiesen creado solas,
cual magia de Las Vegas.

El Amazonas no vino por sí mismo,
el desierto no vino por sí mismo,
la pradera no vino por sí misma;
y el eructo por exceso de Coca‑Cola
estalló, cual Big Bang, en la galaxia.

Lo cierto es que cada cosa tiene identidad:
la roca no es zapato, y el zapato
no es futbolista ni corredor.
Lo dijo Teseo con su barco:
aunque se renueven las piezas, sigue siendo el mismo.

Pero los que insisten en esta parodia
prefieren amar al diablo más que a Cristo.
Locura, si me preguntas —ni tanto—;
en Edén se nos advirtió:
la serpiente tiene su propia descendencia.

No puedo llamar “dios” a lo que tiene origen,
sino a quien origina todo lo originado.
Ese es el verdadero Dios, el Creador.
Demuéstrame que Dios no creó;
espero con deleite degollar tus mentiras:
la verdad es espada en manos de los hijos de Dios.