Viacrucis sin ti
(Wcelogan)
Un día normal sin ti:
una tragicomedia sin público,
patrocinada por mi autoestima en quiebra,
dirigida por mi ego
y protagonizada por mi soledad desmaquillada.
Amanezco tarde.
La cama parece un campo de batalla:
tu almohada, un espectro sindicalizado;
mi pijama, un sobreviviente del holocausto del desamor.
El espejo me recibe sin filtro.
—Buenos días, cadáver con ojeras.
Le sonrío, como buen mártir,
porque hasta la ironía necesita su baño diario
y otro tanto de exorcismo existencial.
Desayuno con entusiasmo moderado:
pan tostado con angustia
y un café que ya no me ama.
Brindo por ti —sí, por ti—
con mi taza astillada y dignidad soluble,
libre de lágrimas de cocodrilo.
Camino al trabajo con aire bíblico,
como si el semáforo fuera el Mar Rojo
y los autos, mis perseguidores emocionales.
Nadie nota mi sufrimiento
ni el perro del vecino
que antes me saludaba a ladridos de camarada.
Al mediodía rezo una oración:
—Dios de los ex, líbrame de abrir tu Instagram.
El cielo calla.
Pero el algoritmo insiste
en recordarte con devoción automática.
Por la tarde, mi sombra se independiza:
dice que necesita espacio emocional.
Y yo le firmo el divorcio,
como todo adulto disfuncional que se respeta.
Llega la noche,
y con ella, la tentación del melodrama.
Me recuesto en el sofá
como un Cristo contemporáneo,
viendo series donde el sufrimiento tiene mejor presupuesto.
Un día normal sin ti…
mi viacrucis sin incienso:
catorce estaciones de sarcasmo y vino barato.
Un milagro moderno:
seguir respirando,
sin haber aprendido todavía
el arte milenario
de olvidarte con estilo...
de perdedor ilustrado.