Alberto Escobar

Su pulpa

 

 

 


Un ángel, dos alas blancas,
inmaculadas, acaricio con 
la yema de mi índice despacio,
punzando la protuberancia
que se abulta hacia fuera,
hasta que ese ángel, horizontal
la mayor de las veces, va derri
tiendo sus alas sobre mis dedos. 
Limpio, sin mácula, su núcleo,
su corazón cual de melón, va 
recibiendo la factura irremisible
de mi saliva, y se va deshilvanan
do como una madeja recien hilva
nada, y el grito de placer rebota
de las paredes contra mi pecho, y
lloro, vibro al placer que eso me 
conlleva, y ese ángel, ya convulso,
ya sin arcángeles que lo defiendan,
rompe sus alas, se las quita, desiste
de ellas porque no le sirven ya. 
Un ángel, que me entró por la venta
na, se me posó sobre el colchón, abier
to de alas, que me brindó su pulpa sin 
mediar palabra, que subió al cielo ante 
tanto deleite, y así lo hizo para ocupar
su lugar entre sus coroetáneos, y caído,
desvalido en un mundo extraño, no tení
a noción de otro mecanismo que le resti
tuyera a su puesto como serafín, y al re
tomarlo, me dio las gracias por telepatía, 
sin papel soporte de por medio, y alabó
la gracia que se sustancia en mi saliva, 
que le subió a su cielo de nuevo. 
Su pulpa era deliciosa...