Cada día es un eco,
un resplandor del alma que observa y siente.
A veces el tiempo se detiene,
y el corazón escucha lo invisible,
la voz de la sangre, la raíz del amor.
Hoy,
escuché claramente:
la sangre me habló en voz baja, profunda;
sentí en ella fuerzas pasadas y nuevas,
tejiendo sueños.
Hoy,
vi el rostro de mi abuela,
sentí el corazón de mi madre cerca,
pensé en mi padre,
amé a mis hermanos.
Hoy,
reí,
y ahora contengo el llanto;
pensé en el mar,
soñé de nuevo con ella.
Hoy,
despedí a un amigo
que se va de viaje;
le regalé una acuarela,
y en la imaginación
seguí su ruta.
Hoy,
salí un momento al jardín:
allí, la enredadera
que alegra el muro
y lo cosquillea,
me habló en silencio.
Así pasa el día:
entre el adiós y el alba,
entre el suspiro y la memoria.
Cada instante —una vida breve—
que, al ser escuchada,
se vuelve eternidad.