Era una noche de esas raras en el café nocturno, donde cada cosa gritaba algo y yo sin traductor, no lo entendía, Calmada pausada y con tonos inéditos te vi entrar. Nada particular; vestido ajustado que resaltaban tus atributos y el color hacia juego con tus ojos contratante de tus labios color deseo, y sentada con elegancia y pediste una canción fugitiva, otro texto para esa noche.
Hay cancions que se hacen para bailar, para cantar, para exhalar el dolor en medio de la bohemia y otras simplemente para escuchar mientras se paladea un tinto con sabor a nostalgia…. ¿Y las otras? Aquellas costras del alma, que aun hacen sangrar el corazón e inundan la pista, haciendo sangrar los dedos que buscan terminar antes de romper la noche. Aquella.
Tu llegaste, brillando como sol en medio de la noche y traspirando peligro por cada gesto de tu escultural figura, tu forma de ver e inhalar el humo de tu cigarrillo, me atrajo como imán a una pobre lamina suelta, ya no pude seguir posponiendo la canción que pedias y tras la espera de tres canciones, empecé a llorar con el alma y las estrofas de aquella daga, en mí harakiri.
Logre ver la sombra seca detrás del brillo de tus ojos, desde tu cárcel dorada, también hundías la daga sonante, como un rito enamorado de dos japonese, en una versión libre de Romeo y Julieta de Shakespeare. Supe el instante que mi voz, tentó tu corazón y empezó a desenredar los nudos del alma y logré ver el peligro de esa Andrómeda y la fogata en mi incendio.
Después del antepenúltimo vaso de vino, no pediste que te liberara de tu cárcel dorada, aunque no lo hubieras pedido, tuve miedo de e tus besos, de las caricias como surcos que sembraban desolación en mi ser, de esa manera tuya de hablar de tu soledad y la forma en que la madrugada traspaso nuestras añoranzas dejándome enfrentar el peligro de entrar en tu cárcel, sin juicio previo.
LENNOX
EL QUETZAL EN VUELO