Va la muchedumbre, de pies enjutos,
rumbo al cementerio a enterrar al hombre.
La esquila toca en la espadaña, triste,
pausado gemido en metal de luto.
El pueblo, silencioso, se convierte
en sueño perenne de almas en bulto.
El infortunio apenas arremete
un amargo sino en el sol difunto.
Pálido ramo de flores, en brete,
urgan en la incertidumbre, me asombro:
¡cómo es que va empujándonos la muerte
al lúgubre momento del óbito!