William26🫶

El Piromániaco Del Olvido (Prosa)

Piromániaco del olvido

Wcelogan 

 

Soy el piromániaco del olvido.
He arrastrado tu amor en una bolsa negra
que pesa como un corazón muerto,
como todos los recuerdos que jamás aprendieron a sostenerse.

Tu fotografía duerme bajo tres cerrojos y una llave perdida,
custodiada por una orden de restricción
y un líquido inflamable que huele a pólvora, a gasolina, a ira concentrada.

Olvidar no es suavizar: es detonar.

La ciudad se despliega ante mí como un tablero encendido.
Cada calle, una grieta abierta;
cada farol, un aviso de juicio.
Los bares exhalan humo de traiciones y murmullos quebrados.
Pero no temo: soy el alquimista que transmuta la nostalgia en brasas.

Arrastro la bolsa hasta un montículo de escombros que el tiempo olvida.
Enciendo la chispa.
El desastre comienza.

Las llamas suben al cielo como enjambres de luciérnagas furiosas.
Siento que cada estallido arranca cadenas de mis huesos.

Tus cartas, tus promesas rotas, se retuercen en la combustión.
El vapor se arremolina formando figuras
que buscan recordarme lo que fui.
Pero no hay mordida que valga:
solo ardor, solo ruptura, solo renacimiento.

El incendio se vuelve animal salvaje,
una criatura que devora mi pasado y exhala libertad.
Las ventanas reflejan mi furia;
el suelo vibra con la energía de lo perdido.

Soy el piromániaco del olvido.
La noche, mi escenario:
un teatro de detonaciones
donde cada chispeo es un verso de liberación.

El humo asciende y se mezcla con nubes oscuras.
Veo mi pasado disolverse en el aire.
Escucho tu voz desvanecerse en mil silbidos
que evaporan la memoria entre ceniza y triunfo,
mi propia metamorfosis.

Mis manos ennegrecidas, mis pulmones repletos de ruina y gloria.
Mi corazón late al ritmo de un volcán que despierta.

Cuando los últimos rescoldos se apagan,
cuando la ciudad ya no refleja tu presencia
sino solo mis restos humeantes,
he consumido tu historia, tu voz.

Pero en la devastación algo escapa al control:
el olor a humo se adhiere a mi piel como segunda piel,
y en el silencio posterior al estruendo
escucho un eco —¿mío?, ¿tuyo?—
que no ardió del todo.

En los escombros descubro mi luz:
férrea, sin cadenas,
manchada de hollín.
Olvidar no es pasar la página:
es dinamitar el libro entero
y aceptar que algo siempre sobrevive a la explosión.

Y yo, piromaniaco del olvido,
me alzo entre los restos,
sabiendo que la ceniza también tiene forma.
La noche se aclara.
El aire huele a polvo, renacimiento y bruma incierta.
La ciudad respira lentamente,
como quien acaba de sobrevivir a un cataclismo
que no fue meteorito ni terremoto,
sino pura intención con consecuencias imprevistas.

De pie entre la ruina que elegí,
sonrío —o quizá es una mueca—
con la certeza incierta de quien sabe
que la libertad no se pide:
se incendia y se toma,
y luego se aprende a vivir
con las manos quemadas.