Vino sin rostro,
solo un rugido antiguo
que se abrió paso entre los techos y los rezos.
El cielo, herido de furia,
se tragó los nombres de las calles.
El viento no soplaba: gritaba.
Arrancó puertas, memorias,
el retrato del abuelo en la pared,
y una canción quedó suspendida,
temblando como un pájaro sin rama.
El agua subió como si buscara justicia,
y en su espejo roto
flotaban los juguetes, los diarios, las promesas.
Hasta los perros callaron,
sintiendo que el mundo se inclinaba hacia la pérdida.
Luego vino el silencio,
ese que pesa más que el trueno.
Las casas eran esqueletos de madera mojada,
y el sol, tímido y gris,
parecía pedir perdón por haber regresado.
Mas entre los escombros,
una mano limpió el barro de otra mano,
una voz llamó por un nombre
y respondió un sollozo.
Así empieza la calma: con una lágrima que aprende a cantar.
JUSTO ALDÚ © Derechos reservados 2025