AIRIMI
Para: D. Lira
Hoy que pienso en relatarte un pensamiento, ha llegado la idea también de explicarte, de qué forma. Tal vez no sea a como quise o pretendí que fuese, pero se hizo la máxima atención y desempeño: escribirte un cuento, no árabe ni persa, egipcio o hindú, sino asiático. Es, extremadamente, un placer, estimada amiga. Espero cumplir con las expectativas de tu imaginación y virtudes, en cuanto a este género se refiere.
S. D.
En tiempos de un magnate y boticario
las calles de Abu Dabi, frecuentaban
mujeres extranjeras que llegaban
a ver, de su poder, lo legendario.
Nacido allá en Pekín, ciudad de luces,
sus padres desde niño lo llevaron
a aquella capital que visitaron
el día del amor, los avestruces.
Mirándose rodeado de fortuna,
en medio del desierto temerario,
condujo pues Jack Zhang su itinerario,
lanzándole pedradas a la luna.
Riquezas a montones y miradas
tenía entre su mundo tan preciado,
mas nada como un ser muy delicado,
miró en las estaciones y calzadas.
Pensando que era amor lo que sentía,
salió pronto a buscar a un ser preciado
mirando en las guirnaldas, delicado,
un rostro japonés que se reía.
Airimi, cuya sola geometría
los muros del silencio, derribaba
del rico, que constante le miraba,
cortando del jardín la poesía.
Prudente se acercó y fue percibido
por ojos de la dama cuan cervato,
brillando entre los dos el arrebato,
volviéndose al instante muy temido.
Pregunta por su nombre, suavemente,
mas ella un paso atrás, fue su respuesta.
Su pecho, tierna cita estuvo puesta,
belleza y elegancia del Oriente.
Y Zhang, acostumbrado ante el capricho,
insiste con regalos, día tras día,
palabras y miradas, bizarría,
sentado en el desván del propio nicho.
Pero ella sorprendida y asustada,
sutil a la insistencia, se rendía.
El pecho le vibraba cual jauría,
adentro, muy adentro, apasionada.
Paseos en la tierra tan brillante
a cenas, bajo un cielo de zafiro,
llevó que así naciera el un gran suspiro;
un vínculo de amor muy importante.
Pues ella, con temor aún flotante
llegó pronto a mirarlo como un giro.
Airimi, súper joven y sincera,
nacida entre cerezos y algodón;
de puro, noble y grande corazón,
maldad no conocía ni carrera.
Al ver la persistencia verdadera
de aquel mundano hombre y poderoso;
creyó encontrar en él lo más hermoso,
brindándole un espacio de primera.
Su miedo se trocó en entrega plena
y un día, pensativa en el desván,
juró su corazón al regio Zhang;
testigo fue el silencio de la escena.
Y Zhang, hombre de acero y de negocios,
cifrado en grandes números su historia,
haciendo memorables su victoria
a pueblos y ciudades toma socios.
No obstante, el boticario en su antojos
sintió desconocida y feroz gloria,
llevando pensamientos con euforia,
al ver que lo de Airimi son abrojos.
Pues era un sentimiento sin antojos,
decía, ya por dentro, por doquier.
Tan solo yo la quiero proteger,
no importa si son malos los enojos.
Y bajo el sol de Oriente que hasta abrasa
o lluvia tenebrosa y clandestina,
su amor se volvió fuerza que ilumina
rincones de la vida de su casa.
Airimi, cuan gacela que se quema,
halló en aquel amante gran sustento.
Mas Zhang, por su propio sentimiento
cegado, nunca vio la frágil gema.
Felices se veían, en aliste
de un sueño que fue tierno y también triste.
Destino, tejedor de mil engaños,
urdió sobre la trama un personaje
que es Hana, de belleza y de lenguaje,
llegando hasta Jack Zhang con sus escaños.
Experta en seducción y en extraños
ardides de poder, la tailandesa
en Zhang, causó cuan duda y gran sorpresa
unida, con sus juegos y sus años.
El rico sin llegar a comprender,
dejó que aquella dama lo hechizara
a cuestas del deseo que encontrara
hendido en el jergón de cual mujer.
Mas Hana, cuyo lirio artificial,
su nombre significa, tierna flor:
dispuesta a deshacer cualquier amor
con toda su belleza potencial,
sonriendo con sutil y gran dolor,
bordado en sus palabras y miradas
a Zhang, puso entre dudas ahogadas
haciendo que temiera a su fervor.
Airimi, que en su mundo de ilusiones
estaba concentrada, sin pensar;
no vio jamás traición pues acercar,
así que continuaba en sus opciones.
Y en un viaje de comercio a Qatar
causó que el boticario sin esposa,
herido por la espina de la rosa,
cediera frente a aquella dama, el mar.
Pues Hana, de Tailandia, la hermosura
Cegó con sus propuestas al magnate,
quitándole dos casas más un yate,
las gemas y diamantes cual finura.
Y Zhang, que confundido en su quimera
instantes de ceguera y de locura,
sintió traición sutil y mordedura
a Airimi, juramento que le hiciera.
Promesas de pasiones desbordadas
la chica tailandesa le sedujo,
cayendo el boticario que condujo
su máxima riqueza en la espadas.
Al yate regresó, frente a su esposa,
la sombra reveló su claridad
con besos de casual formalidad,
que hicieron mil espinas de una rosa.
Inmerso en un profundo desvarío,
brindó catorce abrazos al instante,
que Airimi, percibió beligerante
y dijo, con sensibles desafío:
«¿Qué te ocurre, mi amor?», fue su elegante
pregunta, recargada de osadía.
Y Zhang, con precaución y rebeldía
mintió: «son solo cosas de importante».
Mas Hana, dulce perla que llevaba
cual joya que Jack Zhang le concedió,
muy dentro, en su bolsillo la encontró
Airimi, quien sintió que derrumbaba.
No gritó, no lloró, solo guardaba
un silencio de muerte sin consuelo.
Como un cerezo herido por un cielo
invernal, su Fortín se le quebraba.
El fin de todo, fue su gran desvelo:
el precio de entregarse sin recelo.
«¿Quién es Hana?», le habló con voz calmada,
mostrando aquella perla en evidencia.
Y Zhang, palideciendo, sin presencia,
miró, que su mentira es derrumbada.
«Airimi, fue un error, una pasada»,
Sin fuerzas del impío con su argumento,
pero ella, con profundo sentimiento
de paz amarga, serena y muy cansada
le dijo: «si hubo amor, se fue en el viento
y hoy muere de esta forma nuestro cuento».
Sus sueños empacó la japonesa,
baúles de recuerdos se llevó;
y Zhang, que la miraba, comprendió,
que había ya perdido su promesa.
Riquezas ofreció, poder e iglú,
disculpas, muchos ruegos y lamentos;
y Airimi, con distintos pensamientos
le dijo: «Tú, ni sabes si eres tú.
Prefiero por honor, mi paz, mis cantos,
que todas esas perlas como encantos.
Las calles de Abu Dabi son ahora
fantasmas de un amor que se perdió
de Zhang, que entre riquezas se encontró
vacío como un tren que mora y mora.
Mas Hana, que le vio, ya muy sumiso
al hombre, que en su juego vil, cayó...
de pronto, con mentiras le dejó,
robando su tesoro y paraíso.
Y Airimi, devolviéndose a Japón,
allá donde el cerezo y la amapola
curaron aquel pecho de corola;
dejó que floreciera el corazón.
Samuel Dixon
Achuapa, León - Nicaragua
25 de octubre, 2025