Callaron los tambores en La Habana
la plaza sin su canto se hizo heridas
más su voz, entre sombras encendidas
aún vibra donde el alma no desgana.
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Ni el muro del poder ni la distancia
detienen el compás de su ternura
Celia vive en la fe, no en la censura
y danza en cada lágrima que canta.
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¡Azúcar!, dijo al mundo, y fue consuelo
y el eco de su risa abrió caminos
pintó con luz los cielos peregrinos
y en cada voz dejó su propio vuelo.
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Oh reina del Caribe, inmortal llama
te negaron la tierra, no la gloria
tu nombre es canto y paz en la memoria
bandera viva de un amor que te reclama!
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Porque Celia no solo cantó: construyó mundos de ritmo, de huesos sacudidos, de cuerpos que no cedían. Y su centenario, pese al silencio impuesto, florece en cada barrio de La Habana, en cada esquina donde alguien murmura su nombre y el mundo que la amaba como reina, mujer y esposa.
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