Mirarlas correr por los callejones del barrio
me trajo recuerdos de cuando la vida
era libertad y belleza.
Eran tres,
y en cada una se mecía, junto a la tarde,
un pensamiento;
mirarlas fue como ver destellos en el cielo,
un amanecer que te deja sin aliento.
En sus risas descansaban los pájaros,
era como escuchar al tiempo sonreír
en medio del bullicio.
Me fui en un viaje sin prisa
hacia aquellos momentos
en que la vida era plena,
y las carreras por las calles
eran sueños tejidos de inocencia.
Recuerdo cómo caía la tarde
entre juegos y cuentos,
historias que quedarían para siempre
impresas en el alma.
Qué mágico fue crecer
en aquella realidad limpia y noble,
donde la niñez tenía alma, ilusión,
sueños y esperanza.
Tiempos que no volverán,
pues la nueva generación ignora
que la tecnología,
ese cáncer silencioso,
ha ido borrando lo que un día
nos hizo humanos.
Por eso, al ver la libertad
de aquellas tres almas,
vi en ellas la memoria viva
de los tiempos maravillosos
donde la vida era simple,
y jamás vacía.