El éxito no llega de golpe,
no es una puerta que se abre sola,
es una senda que se pisa despacio,
entre dudas, heridas y horas.
Nadie lo regala, nadie lo presta,
se gana con el alma abierta,
con las manos llenas de intentos,
y el corazón lleno de guerra.
Porque el éxito no es vencer siempre,
es seguir cuando todo pesa,
es creer cuando el mundo calla,
y sembrar aunque no haya cosecha.
Es mirar atrás y ver el camino,
los tropiezos, las lágrimas viejas,
y sonreír sabiendo, por dentro,
que cada herida fue una promesa.
El éxito es silencio y ruido,
es grito interno, es calma externa,
es perder cien veces lo mismo
y aún así seguir con fuerza.
No vive en los aplausos del mundo,
ni en las medallas ni en las fiestas,
vive en el alma del que lucha
aunque el dolor lo parta en piezas.
El éxito no es llegar primero,
es llegar siendo tú mismo, sin caretas,
con tus verdades, tus fallos, tus sueños,
y la dignidad completa.
Es ayudar a quien camina cansado,
es levantar al que la vida doblega,
porque el que triunfa solo por sí,
triunfa poco, y pronto se quiebra.
El éxito es mirar el cielo y decir:
“valió la pena la espera”,
porque aún con el cuerpo cansado,
el espíritu nunca se congela.
Y cuando el tiempo te abrace,
y los días pesen en la conciencia,
podrás sonreír tranquilo,
sabiendo que tu huella queda.
Porque el éxito no termina,
se transforma, se renueva,
vive en el corazón de quienes inspiras,
y en cada alma que tu luz despierta.